miércoles, 16 de octubre de 2013

La noche de los ojos abiertos

Y bueno, parece que es así, que te has ido diciendo que me vaya al cuerno, que te largas y no sé qué cosas más, una de esas frases de entre noche, que saben a galleta de soda mojada, a parpadeo infinito, casi siempre a oscuras y tenue la luz naranja del alumbrado público, porque hace tanto que apenas te escucho desde adentro de mis ojos cerrados, en este vaivén, en este dormir y no dormir. Entonces está bien, qué me interesa que te hayas ido, que ya te hayas subido a algún ómnibus o que aún andes en algún puente peatonal, mirando los autos y sus luces que forman líneas paralelas con sus faros, pero eso no es cierto porque estás aquí, rozándome, durmiendo y respirando a medias, y entonces no te
fuiste cuando te fuiste en algún instante de la madrugada, antes de que yo me hundiera en mi sueño, porque te habías ido mandándome al cuerno, o sea que tuviste miedo, te arrepentiste y de golpe estás aquí, con la cara contra la almohada, reptando en el silencio ensordecedor de la madrugada, moviéndote como si en realidad estuvieras en un autobús.
A veces me causas gracia, ¿sabes? Tus determinaciones dramáticas, esa forma de gritar e ir golpeando las puertas como actriz de telenovela, y al fin me pregunto si al menos tú crees en tus amenazas, tus escenas llenas de lágrimas y chantajes. Quizá otro podría responderte a tanto reclamo. Pero yo no, yo me quedo aquí, saboreando el azul de la noche y escuchándote hablar, te escucho quejarte y gritar y hasta siento que tus maldiciones me arrullan; y en el último instante de lucidez alcanzo a notar tus gritos mezclados con las primeras imágenes de mis sueños y tu silueta tenue sobre el fondo azul anaranjado en las tinieblas de la habitación. Y al fin creo que me duermo y me dejo llevar, no sé. Pero si así sucede no entiendo cómo es que estás aquí, echada a mi lado, no entiendo cómo es que duermes y de cuando en cuando te mueves y cambias la figura de nuestra sombra sobre la pared. Te mueves como atacando, como si estuvieras molesta, pero es más un aburrimiento, una desesperación de medianoche, de sueños bajo sábanas y techo sin pintar. Y si no estuviera tan cansado de tus falsas denuncias diría que de nuevo eres hermosa, como si la madrugada te acercara otra vez a mí. No sé, quizás ya no haya por qué preguntar de nuevo si en algún momento te fuiste, si golpeaste tú la puerta mientras caía lentamente en mi sueño o si se cerró sola o si lo soñé, no sé. Pero te toco, no porque dude, sino porque en la tranquilidad celeste del amanecer es sublime tocar esa cintura que se estremece y me rechaza. Ahora uno de tus pies se sale por debajo de la sábana, te giras, respiras, mueves tus rizos y yo deslizo suave la mano por tu lado derecho. Te das vuelta, no quieres, pero ambos ya hemos jugado a esto tantas veces que no tiene sentido hacerlo una vez más, para qué mentirnos. De nuevo giras, dices algo inaudible, te pliegas y abres lentamente y pareces querer irte, pero estás aquí, aleteando suavemente con los brazos, mordiendo el aire con tus piernas, abriendo los ojos como para querer verme y las primeras caricias del sol nos unen en una sola masa caliente, pero insistes en luchar y debo dominarte, someterte, frenar tus movimientos casi inerciales, y al fin te detienes y todo es tacto, miradas que se pierden en la oscuridad y cuando estoy a punto de dejarme ir a tu lado sé que te acaban de sacar de entre los fierros retorcidos de un ómnibus, tarde, obviamente, y que ahora estás en el suelo, cubierta con un plástico blanco, en medio de ese caos de voces y zapatos y sirenas de ambulancia, ensangrentada y con los ojos abiertos.



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